
Las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida lo habilitaron para actuar políticamente y para apoyar esa acción mediante el uso del aparato del Estado -en especial de la policía-. Las huelgas y la movilización popular lo obligaron, años después, a abandonar anticipadamente su mandato, que fue completado por el vicegobernador Topa.
A pesar de los centenares de crímenes por los que Bussi estuvo imputado, sólo fue condenado por uno: el del senador provincial justicialista Guillermo Vargas Aignasse. Por esa causa se lo condenó a prisión perpetua, una condena que la Corte Suprema de Justicia dejó firme los últimos días de 2010 y que cumplió en su casa, en un country de Yerba Buena (una zona residencial del Gran San Miguel de Tucumán). Una investigación a fondo de las denuncias de los familiares de las víctimas habría obligado a llevar al banquillo de los acusados a buena parte de los actuales dueños de ingenios y terratenientes de la provincia.
Bussi, tras su muerte, es uno de los casos más emblemáticos de la política de impunidad de la era K, que ampara a todos los cómplices sociales y políticos de los genocidas; a esto conduce el método del enjuiciamiento selectivo y fragmentado.
Se ha escrito mucho sobre Bussi y el bussismo. El Diario La Gaceta siempre se refería a él como "ex gobernador"; en el obituario lo designó como represor. Pero Bussi, desde hace años, era un personaje física y políticamente acabado; y el bussismo como expresión política de la derecha tucumana, inexistente. El personal bussista -de la época de la dictadura y los más actuales- se fue pasando de bando, reciclando. En las últimas elecciones, numerosos acoples de dirigentes y punteros bussistas apoyaron a Alperovich; pero la UCR también concedió colectoras a estos, que cohabitaban en el apoyo a la candidatura radical con el PS y el ARI. Los bussistas también han recalado en los aparatos sindicales y en la Justicia. Se mantiene en pie una importante legislación de su paso por el gobierno -comenzando por la Ley de Contravenciones- y toda una política de espionaje y accionar represivos, donde la tortura es cotidiana en las comisarías y el gatillo fácil y la persecución a los luchadores se mantienen intactos.
La lucha por el desmantelamiento del aparato represivo, por el desprocesamiento de los luchadores, por la defensa de las libertades y los derechos de organización es más actual que nunca.
Daniel Blanco
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